viernes, 21 de mayo de 2010

BORRADOR PARA SUBIR

PARTE I: GUYBRUSH THOMES

LA ANTIGUA COLT Y EL ORO MAYA

Guybrush guarda “secretamente” unos cuantos objetos pertenecientes a su padre. De su niñez le quedó un gran conflicto sentimental hacia él, lo admira ampliamente por haber sido tan grande y respetable en el mundo de la arqueología, pero de otro lado, al ir creciendo sin su presencia fue cultivando un sentimiento de ira hacía él, esto porque no fue su padre quien le enseñó todos los conocimientos referentes a la pasión de los dos, la arqueología. El primer objeto es una antigua pistola Colt, que exhibe orgullosamente en la parte frontal de una estantería donde guarda sus libros favoritos, esta arma acompañó a su padre en todas sus expediciones, Guybrush no la ha usado aún, pues no ha salido en su primera expedición. También tiene un medallón que su padre le obsequió al cumplir diez años, nunca olvida sus palabras “Este medallón es muy importante hijo, nunca lo extravíes, de seguro te ayudará en el futuro”. Guybrush lo guarda en la mesa de noche de su cuarto y lo usa en ocasiones especiales.

SU RUTINA

Se encuentra el joven arqueólogo Guybrush Thomes en su oficina a media mañana, detiene por un momento la limpieza de unos restos de arcilla para tomarse una taza de café y fumarse un cigarrillo. Mientras exhala el humo acomoda en la pared una foto bastante vieja de su padre, en ella aparece junto a unos tesoros egipcios que fueron robados por saqueadores de tumbas hace cientos de años.

Guybrush mira por la ventana y observa su amada Londres inmersa en la frenética y tradicional rutina diaria, se escucha a lo lejos el ruido producido por unas cuantas obras que rodean al Museo Británico en las que se construyen modernos edificios inteligentes; desvía la mirada y se reincorpora a su labor con los restos de arcilla, mientras en su cabeza recuerda las épicas historias contadas por su padre, sobre grandes expediciones que lo llevaron a ser una eminencia en el mundo de la arqueología. Termina con la arcilla y sale de su oficina con destino a un restaurante en el centro de la ciudad, en el que planea reunirse con unos compañeros de la universidad para almorzar. En el camino reflexiona con nostalgia sobre todo lo que llegó a lograr su padre y lo poco que ha hecho él, se siente algo insignificante.


PARTE II: SENTIMIENTOS

Guybrush siempre ha dicho que el hecho de escoger la arqueología como profesión, fue por gusto propio y que fue influenciado vagamente por su padre. Niega rotundamente que sus aspiraciones de éxito como arqueólogo tengan que ver con su fallecido padre.
Muy contrario a lo que predica Guybsuh, la realidad de sus sentimientos hacia su padre es otra. El Doctor Thomes es quizás la persona más importante en la vida de Guybrush, lo ha influenciado increíblemente, y el hecho de no haber estado juntos ha creado una fuerte obsesión en Guybrush con él.

Lo que en verdad sucede en el interior de Guybrush es una amalgama de sentimientos encontrados que va desde la admiración, el más puro amor, la nostalgia y así mismo la ira, la indignación y el rencor. En contraste con esos sentimientos tan diferentes, Guybrush aspira ser un gran arqueólogo para honrarlo, para mantener el apellido Thomes por lo alto. También para demostrarle que aunque no tuvo su enseñanza puede ser mejor que él. Para no defraudarlo… para de una u otra forma cerrar esa inconclusa relación padre e hijo.

PARTE III: CENTRO DE ESTUDIOS "IN MEMORIAM" AL DOCTOR THOMES

VIAJE A ALEJANDRIA

Para: sole@gmail.com
De: gguuyy@gmail.com
Asunto: La vida nos vuelve a alejar

Hola Hermosa,

Creo que te debo una explicación, después de ese indescriptible día que nos encontramos en el café, las cosas en mi vida cambiaron. No te imaginas lo bien que me sentí al volverte a ver, al volver a hablar contigo, al volverte a sentir tan cerca, al volverte a tener……

Sé que te dará rabia que no te cuente esto personalmente, pero creo que está es la mejor forma de hacerlo por el momento, luego, cuando haya superado todo espero verte y explicártelo con detalles. Irónicamente a la mañana siguiente que llegué a mi oficina me topé con datos muy importantes que me servirían para mi vida. Estos datos me exigían un viaje urgente, tan urgente que no tuve tiempo ni siquiera para despedirme de ti.

Por cosas de la vida, recibí un correo que me ponía al tanto de un centro de estudios en honor a mi padre, creado por sus discípulos (que triste, ¿No debería yo ser uno de esos discípulos desde el principio?), con el objetivo de investigar y conservar los grandes descubrimientos del arqueólogo Thomes. Este centro de estudios se encuentra situado en Alejandría, en la información inicial no se mencionaba ni el lugar exacto, ni el nombre, pero sí me daba la ubicación de uno de los líderes de esta iniciativa. Este líder se encontraba trabajando cerca del área urbana de Barcelona, en Sant Adriá de Besós.

Hablé con este señor en Sant Adrià de Besòs, pero no me presenté con mi verdadero nombre para que no me identificaran como el hijo de quien ellos honran. Me presenté como un entusiasta arqueólogo recién graduado que admiraba al Arqueólogo Thomes y quería aprender de él todo lo que pudiera. Este señor me recibió con mucha hospitalidad y me indicó el nombre del centro de estudios y su ubicación exacta, también me informó que en ese puerto existía una embarcación llamada Melancolía, perteneciente a un tal Gabriel, que me podría llevar a Alejandría por un bajo precio.

Al día siguiente de esa reunión encontré a Gabriel, quien resultó sentir gran admiración y agradecimiento con mi padre gracias a uno de sus proyectos, el traslado del Templo de Abu Simbel en el 59. Gabriel fue muy amable conmigo y me cobró muy poco por el largo viaje, también fue una muy buena compañía y me ayudó a distraerme un poco de las expectativas que tenía frente al centro de estudios, me contó algunas de sus historias de marinero que fueron muy interesantes. La próxima vez que te escriba te contaré algo de esas historias.

Como ves, irónicamente ahora soy yo, quien se distancia de ti por motivos de fuerza mayor, espero me entiendas. Cuando termine mi labor aquí te buscaré personalmente, te mando un abrazo y un beso desde el centro de estudios “In Memoriam al Doctor Thomes” en Alejandría, Egipto.

Postdata: Esta semana les contaré a todos la verdad de mi descendencia, deséame suerte.

Atentamente, Guybrush

CON GABRIEL, RUMBO A ALEJANDRÍA

Me levanté muy temprano y con muchas energías ese día, después de la charla con el líder del Centro de Estudios In Memoriam al Doctor Thomes tenía muchas expectativas frente a ese lugar. Quería llegar rápido, así que a las seis de la mañana ya estaba en el puerto de Sant Adrià de Besòs, le pregunté al primer hombre que pasaba cerca por el tal Gabriel y enseguida me explicó como llegar a su embarcación. Cuando llegué a Melancolía, había un hombre de unos 50 años limpiando varios objetos y organizándolos en un baúl. Me le presenté, con mi identidad falsa, y le conté del falso motivo de mi viaje rumbo a Alejandría, no podía permitir que nadie se diera cuenta de quien era yo, si lo hacía no sería lo mismo, me tratarían de forma especial y eso no era lo que quería, necesitaba ser uno más del montón en estas tierras. Cuando Gabriel escuchó el apellido Thomes se entusiasmó mucho, me comentó que admiraba mucho a este arqueólogo y que estaba muy agradecido con él porque gracias al proyecto en Pro del Templo de Abu Simbel, lo pudo conocer. Aceptó llevarme hasta Alejandría y me pidió mucho menos dinero del que yo esperaba por el viaje. Guardó rápidamente lo que estaba limpiando y comenzó a preparar la embarcación, a las nueve de la mañana zarpamos.

Soy un hombre muy precavido, y bastante cerrado en lo que a entablar conversación con desconocidos se refiere, especialmente con otros hombres. Pero con este señor las cosas fueron bien diferentes, en cuestión de minutos ya estaba hablando abiertamente con él. Me contaba de su experiencia al conocer el Templo de Abu Simbel y cuanto lo impactó, también lo mucho que le agradecía a mi padre, incluso llegó a comentar mi parecido físico con él, cosa que me puso un poco nervioso porque no pensaba revelarle mi verdadera identidad a nadie, pero sin importar eso seguí conversando con este hombre.

Le conté sobre mi solitaria vida de adolescente, sobre mi agitada vida social y mis expectativas en la arqueología y lo muy alto que deseaba llegar (fue muy difícil contar mi vida sin nombrar la identidad de mis padres, creo que Gabriel debió quedar con alguna sospecha en cuanto a mi identidad). Me contó varias historias sobre personas que conocía y creo que hablamos durante todo el camino; el caso fue que entre historia e historia, muchos cigarrillos y unos cuantos tragos llegamos rápidamente a Alejandría.

PARTE IV: EL VIAJE

Por fin estoy aquí, a escasos días de comenzar mi primera expedición. La verdad, alguna vez pensé que nunca llegaría este momento. Pero aquí estoy y lo importante es que, todo resultará como tenga que resultar.

El hombre que tanto me asustó esa noche en el bar del hotel Russell resultó ser lo que había estado esperando por mucho tiempo. Se presentó como Andrés Santacruz, dijo que me buscaba hace bastante tiempo, en verdad estaba buscando a mi padre. Pero cuando se enteró de su fallecimiento, comenzó a investigarme y dijo que “El Grupo” me había escogido para liderar la expedición. En ese momento yo estaba muy confundido, también asustado y además tenía varios tragos encima y la verdad no entendía nada de lo que este tipo me decía. A la mañana siguiente acordamos encontrarnos en mi oficina y me contó todo detalladamente.

Resultó ser que mi padre y el de Andrés se conocían hace mucho, habían trabajado en algunas investigaciones arqueológicas en Suramérica, el resultado de estas investigaciones fue la posible ubicación de “El Dorado”, la ciudad que hasta ese entonces parecía ser una leyenda. Cuando la expedición en busca de esta “ciudad leyenda” estaba a punto de comenzar, surgieron algunos problemas en la zona de búsqueda que los obligaron a postergar esta expedición por un tiempo. Después de eso, mi padre murió, y ahora que todo estaba dado para encontrar “El Dorado”, El Grupo me quería en cabeza de la búsqueda.

El señor Santacruz era una persona muy adinerada, cabeza de un importante grupo económico en Suramérica y un entusiasta de la arqueología y la historia. Teniendo todo para patrocinar lo que sería el mayor descubrimiento arqueológico del siglo en Suramérica, decidió que ser el hijo del brillante Doctor Thomes me daba la confianza necesaria para dirigir la expedición.

Sin dudar mucho acepté la propuesta, y me embarqué en la búsqueda de “El Dorado”.

Llegue a Bogotá, Colombia a comienzos de esta semana, me ofrecieron hospedaje en una casa de los Santacruz, situada en un lugar llamado La Candelaria. La ciudad es muy civilizada, muy diferente a lo que tenía en mente, es bastante moderna y organizada. Igualmente, mi estadía en Bogotá será bastante corta, alrededor de dos semanas mientras completamos el grupo de la expedición y reunimos al equipo técnico y de transporte que necesitamos.

Tengo que señalar que las mujeres colombianas son hermosas, precisamente el día en que llegué, después de reunirme con Andrés y estudiar a algunos aspirantes a participar en la expedición, fui a una librería de la Candelaria, allí conocí a una mujer extraordinaria, mientras tomaba un café y leía una revista, Jordana es su nombre.

Su belleza es inmensa y muy peculiar, además es una mujer brillante, es profesora de filosofía en alguna universidad de la capital cuyo nombre no recuerdo bien. He tratado de convencerla para que me acompañe en la expedición, sería el apoyo perfecto que necesito en una labor tan importante. El hablar con ella me tranquiliza y me torna mas lúcido. Anoche me llevó a un bar, el lugar se llama “El Desenlace”, allí le conté acerca de mi deseo de compañía en la expedición, le insinué sutilmente mis intenciones personales con ella. Estaba casi convencida del viaje cuando infortunadamente apareció un amigo de ella.

Omar, un tipo bastante extraño y a mi juicio, un total perdedor que está totalmente enamorado de ella, pero no tiene el coraje para decírselo, no entiendo en que forma, pero esté tipo la hizo dudar. Omar no hacía más que tratar de opacarme toda la noche, intentaba fallidamente hacerme quedar mal, pero eso sería imposible para alguien como él. Lastimosamente tuve que darle ventaja, pues tuve que salir del lugar para contestar una llamada urgente de Andrés, los dejé solos y según creo, el tipo debió rogarle toda la noche para que no viajara, igual no importa, sé bien que Jordana se siente bastante atraída hacia mí y si no logro llevármela a la expedición, luego la buscaré.

Me ha cautivado realmente. Quedamos en vernos hoy para hablar un poco, me imagino me dará su respuesta, espero que sea positiva, aunque con la insistencia de Omar para evitar que me acompañe, lo estoy dudando.

Finalmente, en dos días parto en busca de “El Dorado”. Esta vez, la vida y el destino me han dado la oportunidad de terminar lo que una vez mi padre empezó, y aunque no será nada fácil, ahora puedo demostrar de qué estoy hecho realmente.


PARTE V: EL DORADO

Salimos de Bogotá el lunes en la mañana, antes que saliera el sol. La expedición estaba compuesta por una caravana de dos camionetas, cada una con su cupo totalmente lleno, nuestro destino era la Laguna de Guatavita, situada al norte de la capital; nos dirigíamos allí porque según se cuenta, en ella se practicaba una ceremonia Muisca que inspirò la leyenda de “El Dorado”. En las palabras de Juan Rodriguez Freyle, en su obra “El Carnero”:

En aquella laguna de Guatavita se hacía una gran balsa de juncos, y aderezábanla lo más vistoso que podían… A este tiempo estaba toda la laguna coronada de indios y encendida por toda la circunferencia, los indios e indias todos coronados de oro, plumas y chagualas… Desnudaban al heredero (...) y lo untaban con una liga pegajosa, y rociaban todo con oro en polvo, de manera que iba todo cubierto de ese metal. Metíanlo en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro y esmeraldas que llevaba a los pies en medio de la laguna, seguíanse luego los demás caciques que le acompañaban. Concluida la ceremonia batían las banderas... Y partiendo la balsa a la tierra comenzaban la grita... Con corros de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia quedaba reconocido el nuevo electo por señor y príncipe”.

Pero además de esta historia, nuestra expedición tenía un motivo más para dirigirse a la laguna, un dato que ninguna otra expedición había tenido. Muy cerca de esta laguna, en medio de un pequeño bosque, se descubrieron accidentalmente, unos escombros enterrados de una precaria construcción Muisca. En medio de esos escombros hay un parte del techo que tiene grabados unos jeroglíficos, en ellos se menciona por primera vez por parte de los Muiscas: “El Dorado”.

Llegué al lugar de la excavación a media mañana, un grupo de estudiantes de arqueología habían separado cuidadosamente las partes del techo que contenían jeroglíficos y los tenían listos para que yo los observara, no había tiempo que perder.

Luego de pasar el resto del día examinando los jeroglíficos con la ayuda de un viejo cuaderno de notas de mi padre, logre descifrarlos. En ellos se contaba la historia de “El Dorado”, que corroboraba el relato de la ceremonia en la laguna, pero explicaba que lo que se hacía era un ritual en honor a la ciudad por parte de los nuevos reyes. La ciudad de “El Dorado” era para los Muiscas como “El Olimpo” para los griegos, es decir en ella vivían las divinidades y dioses, y solo los reyes más prestigiosos eran merecedores de trasladarse a ella. Estaba ubicada entre los ríos Caquetá y Putumayo, en los confines de la selva amazónica colombiana. Después de contarle a Andrés las excelentes noticias, celebramos comiendo y bebiendo junto a la excavación hasta la media noche. En la mañana nos devolvimos a Bogotá para allí conseguir un avión que nos acercara lo mayor posible a la selva.

Comenzamos nuestra travesía en la selva amazónica desde Puerto Caimán, sobre el rio Caquetá, llegamos al puerto el martes al final de la tarde, allí establecimos nuestro campamento base. Reclutamos a varios habitantes de la zona para que nos guiaran a travès de la selva hasta el lugar que mencionaban los jeroglíficos, la mayoría de ellos de la familia Tupí. Cuando les comentamos sobre nuestro objetivo de búsqueda nos contaron con miedo, que ese era el lugar de descanso de los dioses y que nadie en la región nos ayudaría. Pero, cuando yo fui a tratar de convencerlos, se quedaron estupefactos mirando el medallón que me regalò mi padre colgando de mi pecho, hablaron en su dialecto entre ellos y sòlo tres accedieron a ayudarnos, los otros nos dijeron que eran los mejores hombres que tenían. Nos advirtieron que ellos no podían entrar a ese lugar, pero si nos guiarían.

El jueves en las primeras horas de la mañana, antes que amaneciera, comenzamos el viaje. La selva amazónica tiene unas condiciones muy peculiares y extremas. Durante todo el tiempo nos acosaba los insectos por doquier, el calor era insoportable, debíamos estar a unos cuarenta grados centígrados y las copas de los arboles no nos dejaban ver más allá de cinco metros hacia arriba. A medida que avanzábamos comenzaba a comprender el porqué de la fama que tenía esté lugar y el gran respeto que le tenían los nativos de la región, pero las inmensas ganas que tenía de encontrar la ciudad y las ansias me hacían actuar sin pensar y correr riesgos innecesarios. Al final del día, hacía las seis de la tarde, nuestros guías tupí, nos sugirieron que acampáramos durante la noche. Yo me rehusé, todo mi ser me animaba a encontrar "El Dorado" lo más rápido posible. Pero los guías se negaron rotundamente, me explicaron que desde ese lugar en adelante comenzaba la parte más peligrosa del viaje, era la entrada una zona con presencia de todo tipo de bestias salvajes (jaguares, pumas, anacondas, y todo tipo de insectos venenosos), yo les hice caso a regañadientes y pensando que eran unos cobardes. En ese momento nunca me imagine que esas bestias que estaba subestimando acabarían con la expedición.

El viernes a la madrugada seguimos el recorrido, había llovido fuertemente toda la noche, por lo que el terreno estaba aún peor que el día anterior. La gente que venía conmigo de Bogotá estaba muy agotada, casi nadie había podido dormir por la inclemencia de la lluvia. A media mañana llegamos a una turbulenta vertiente del río Caquetá, de unos quince metros de ancho, los guías dijeron que era mejor rodearlo para llegar a una zona con corriente más calmada, pero ni Andrés, ni yo les hicimos caso, así que nos atamos a la cintura todos con sogas formando una "cadena" humana, nos pareció la forma más segura de cruzar. Pero debido al agotamiento tuvimos un accidente, los tres últimos de la cadenna, una fotógrafa y dos historiadores, se resbalaron y cayeron quedando a la merced de la corriente, mientras el resto tirábamos fuertemente para sacarlos, vimos como la soga se rompía al chocar con una roca y nuestros compañeros se perdían en la espuma de los rápidos.

Nos detuvimos a la orilla del rio. Andrés y yo nos sentamos uno junto al otro a fumar y beber una botella de ron, el resto de la gente que venía de Bogotá hablaban en un círculo cerrado, muy seguramente de nosotros, los guías discutían alterada mente en su dialecto. Todo se estaba complicando. Para calmar los ánimos Andrés hablo con el resto de la expedición y les dio la oportunidad de renunciar si lo deseaban, pero advirtiendo que los guías se quedarían con nosotros, nadie se retiro, pero el ambiente era bastante pesado.

Seguimos después de almuerzo, a eso de las dos de la tarde, nos introducimos nuevamente en la espesa selva, después de ese primer accidente todo había cambiado, ya nadie hablaba y se sentía un ambiente muy pesado. Llegamos a una colina desde donde se podían ver los lugares claves de que mencionaban los jeroglíficos, estábamos cerca, seguimos y apuramos el paso. Cinco minutos más tarde escuchamos varios disparos que resonaron en el ambiente, cuando Andrés miro hacia atrás se percato que solo estábamos los tres guías, el y yo, los otros cuatro que venían detrás de nosotros habían desaparecido. Nos devolvimos corriendo para ver qué había sucedido, diez minutos después, cerca de la colina que habíamos pasado hace un rato vimos una escena espeluznante. Estaban los cadáveres totalmente desgarrados de dos mujeres y un hombre, a unos pocos metros estaba nuestro camarógrafo sentado con la cabeza entre las rodillas, la cámara a sus pies y su pistola 9 m.m. totalmente descargada en la mano. Cuando nos vio no nos hablo, se puso de pie mientras nos apuntaba con la pistola, nos miraba con odio, nunca había visto una mirada tan cargada de rabia, nos tratamos de acercar preguntándole que había pasado pero retrocedió, dio un grito de terror y se interno corriendo en la selva en dirección contraria a nosotros. Cuando revisamos la zona vimos los cadáveres abaleados de dos pumas a unos escasos metros de la carnicería.

Los guías discutían fuertemente entre ellos, hablaban en su dialecto, no le entendíamos nada, la situación era un caos, estos hombres gritaban desesperadamente, había sangre por todo lado, contrastaba espeluznantemente con el verde de la selva. Uno de los guías se nos acercó agresivamente y nos dijo que hasta allí nos acompañaban ellos, grito que los dioses se sentían desafiados y no permitirían que encontráramos la ciudad. Andrés les ofreció triplicarles la paga pero ni eso sirvió, los hombres dijeron que no querían nada de dinero, que estaba maldito, lo único que se logro fue que nos indicaran por donde teníamos que seguir, no sin antes advertirnos que nunca saldríamos vivos se continuábamos.

Así es, como llegamos Andrés y yo a este momento, estamos caminando en medio de la selva, tan solo protegidos por la escopeta de él y la colt de mi padre enfundada en mi cinturón. Divisó a lo lejos un claro, sigo caminando y veo un rio inmensamente ancho, de por lo menos veinte metros, además unos rápidos que con tan solo verlos me hacen temblar de miedo, es imposible pasarlo nadando. Volteo mi cabeza hacia un lado y veo una pequeña construcción moldeada en piedra, tiene grabados unos jeroglíficos sobre un hueco en algún tipo de metal. Cuando los descifro, con ayuda de la libreta de mi padre, me doy cuenta que son los mismos que se usaban en los escombros de Guatavita para referirse a los reyes, estábamos en buen camino. Mientras discuto con Andrés, sobre qué hacer, me menciona irònicamente que tendríamos que construir un puente para poder pasar. Se me ocurre que la construcción en piedra debe activar algún mecanismo, me agacho para mirarla con detalle y sorprendentemente la sombra del medallón que se sale de mi camisa encaja perfectamente, me lo quito y lo introduzco en el hueco de metal, suena un click, lo trato de voltear hacía algún lado y éste gira totalmente a la vez que se hunde en la roca. El suelo comienza a temblar fuertemente, tanto que me caigo al suelo, y mientras alzo la mirada veo una pared de roca finamente tallada saliendo de las profundidades del rio, cuando se detiene se ha convertido en un puente. Me paro y me abrazo con Andrés de la emoción, cruzamos el rio mientras nos tomamos lo último de la botella de ron.

Al llegar a la otra orilla, observamos una pronunciada bajada, bajamos lenta y cuidadosamente, pasamos unos cuantos arbustos y ahí está. Observo frente a mí una laguna de aguas oscuras rodeada de rocas finamente talladas, y atrás de ella una puerta de oro macizo de unos tres metros de altura, en lo alto de ella se alcanza leer en jeroglíficos muiscas, “El Dorado”. ¡Hemos llegado! Bromeo con Andrés mientras me quito la camisa y las botas para sumergirme en la laguna. Andrés se muestra escéptico, me dice que fue muy fácil, que tiene que haber un último obstáculo o trampa, trata de impedirme que me tire al agua pero no puede, solo le grito que lo logramos. Entro al agua clavando, no puedo ver nada, esta raramente oscuro. Comienzo a nadar hacia la puerta de oro rápidamente, la tengo a unos cuatro metros, de repente siento un duro dolor en mi pie que me detiene, al mirar para abajo para ver que pasó, comienzo a ver sangre combinada con el negro de las aguas, siento otro dolor en mi espalda, otro en mi brazo izquierdo, otro en mi cuello y finalmente veo saltar una piraña hacia mi cara, cierro los ojos mientras escucho los gritos de Andrés diciendo que nade hacía la orilla, no puedo hacerlo trato de decirle, pero no me salen las palabras, solo puedo pensar en “El Dorado”, en lo cerca que lo tuve, también en mi padre y como le fallé, en lo fracasado que soy. Siento como me hundo en la laguna con decenas de pirañas comiéndome, me desmayo lentamente en medio del dolor.”

Fragmento de la crónica “En busca de “El Dorado”, publicada en el portal discoveryonline.com, en honor al fallecido Doctor Guybrush Thomes.

(Lo siguiente en una imagen)
“ANDRES SANTACRUZ ENCUENTRA “EL DORADO”.
Muere arqueólogo británico en medio de la expedición en la selva amazónica colombiana.”
Portada de Discovery News online, 21 de mayo de 2010.